“La omnipotencia de la fuerza y la omnipotencia del amor”
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El político italiano y discípulo del filósofo Augusto del Noce, Rocco Buttiglione, es actualmente diputado de la República Italiana, Eurodiputado y miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes y de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. Ha escrito numerosas obras sobre temas como familia y la Doctrina Social de la Iglesia. Entre ellas un libro publicado en español por Ediciones Encuentro sobre el pensador Karol Wojtyla. Buttligione es también miembro del Consejo de HUMANITAS desde la fundación de la revista.
Invitado por el Movimiento Comunión y Liberación, estuvo de visita a Chile para participar en el Encuentro Santiago 2015, en el que tomó parte en un panel de reflexión -motivado por el Año de la Misericordia al que convocó el Papa Francisco - que tuvo por título “Misericordia - Justicia - Sociedad”. En un espacio de su visita estuvo en la Universidad Católica para conversar con HUMANITAS, ocasión en que tocó temas como la misericordia y los desafíos culturales que enfrenta la Iglesia en un escenario multicéntrico, donde la Iglesia de latinoamérica se vuelve un referente fundamental.
- Santo Tomás afirma que es propio de Dios usar misericordia y que en esto se muestra su fuerza y su omnipotencia (ST, II-II,q.30,a.4). Misericordia y Justicia, ¿dos realidades que se contraponen o se complementan?
- Dos cosas. Una primera sobre Dios: El Dios de Jesucristo es un Dios cuya esencia es el amor. Adán y Eva, al querer ser como Dios, caen en la idea de un Dios todopoderoso que impone su voluntad. Sin embargo, el Dios de Jesucristo no es un Dios que quiere ganar por la fuerza sino que quiere amar. No podemos conocer la espada de Jesucristo, pues nunca la tuvo; pero si tenemos los clavos con los que lo crucificaron. Es la diferencia entre dos ideas de omnipotencia: la omnipotencia de la fuerza y la omnipotencia del amor. Dios afirma la omnipotencia del amor, la capacidad de convencer a través del amor al otro, de trocar su amor. La cruz de Cristo es la omnipotencia del amor que convence derramando su sangre, no derramando la sangre de los demás. Y ese deseo de amor de Dios se expresa en el deseo de darle libertad al hombre.
El Dios que derrama su sangre es un Dios de misericordia.
Justicia y Misericordia son palabras abstractas -con esto respondo a la pregunta: la realidad está en el hombre y en su vida, y en la realidad de los hombres no se puede separar justicia y misericordia. Un padre que ama a su hijo algunas veces debe ser duro y decirle que no porque lo ama. El problema de hoy es que hay mucha gente que quiere una misericordia sin verdad, se piensa que el bien del otro se basa simplemente en la opinión del otro respecto a lo que es su bien, sin embargo muchas veces el bien no es aquello que opinamos y creemos que es, sino que es algo objetivamente diferente, y es un deber de misericordia decirlo, corregir la equivocación. No hay amor sin verdad. La justicia es la dureza de la misericordia. Y la misericordia no es otra cosa que la justicia, su lado más suave y tierno.
-El marco cultural, social y político de nuestro tiempo, al menos en Occidente, aparece dominado -con un énfasis muy fuerte de parte de los medios y de las redes- por un afán de juzgar a todos y a quien sea. Paralelamente a la “dictadura del relativismo”, como la llamó Benedicto XVI, existe una potente judialización de la vida social en general. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?
-La contradicción se explica por un olvido de la persona y de la realidad. Yo no puedo juzgar a la persona. El pecado, para serlo, requiere de conocimiento pleno y pleno uso de la libertad. Y entre tanto es muy raro que el hombre sea completamente libre al actuar y tenga un conocimiento completo; por lo tanto, sólo Dios puede juzgar el acto interior de la persona. Yo puedo juzgar las acciones y tengo el deber de hacerlo: Juzgar las acciones es moralidad, juzgar a la persona, en cambio, es moralismo. El moralismo no permite el diálogo. El diálogo se vuelve difícil cuando existe la percepción de que el que juzga es puro y el otro es impuro, esto es lo que ocurre típicamente con un homosexual lo cual es un error: uno debe saberse impuro y si juzga no es porque sea mejor o superior, sino porque piensa honestamente que el otro se está perdiendo una ocasión grandísima que Dios le ha dado de vivir la sexualidad de la manera que mas hace crecer y florecer a la persona. Por lo tanto, el problema está en juzgar las cosas y no a la persona. La persona siempre es mucho más grande que el mal que hace; el hombre es siempre más grande que su pecado.
-El 8 de diciembre de 2015, concomitantemente a la inauguración del año Jubilar de la Misericordia, se conmemoran 50 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Hoy vemos muy evidentemente cómo este Concilio preparó a la Iglesia para todo lo que había de venir, fruto en gran parte de las profundas tensiones vividas en el siglo XX y más. Usted escribió en un ensayo biográfico sobre Karol Wojtyla, que la primera piedra que provocó el derrumbe del emblemático Muro de Berlín, fue Polonia. ¿No considera que las piedras de ese Muro cayeron sobre todo hacia el lado de Occidente? ¿Qué juzga de la verdadera “razzia” sufrida por la cultura cristiana en sus mismas capilaridades, durante los pasados 25 años y en todo el hemisferio? ¿Qué idea se hace a futuro de la reconstitución o re-inculturación cristiana de ese tejido social a la luz, por ejemplo, de lo dicho en el n.68 de la Exhort. Ap. Evangelii gaudium de Papa Francisco?
-Hemos vivido años excepcionales. El comunismo se disuelve no frente a un poder militar más grande sino frente a un testimonio cultural y moral y a un trasfondo religioso que se vuelve el hecho de un pueblo. La Iglesia Católica está en el centro de ese testimonio, lo cual fue obra fundamentalmente de dos hombres, el cardenal Wyszyski y de san Juan Pablo II. Este fue el comienzo de un proceso que buscaba construir la unidad en Europa. La unificación, el euro y expansión de Europa hacia el este, con la construcción de un sistema que permitiera a los países ex comunistas entrar en una época de prosperidad. Hemos ganado mucho, pero también hemos perdido: hemos perdido en Europa la batalla por los valores cristianos. Los países comunistas descubren en los valores cristianos su propia identidad, encuentran en la Doctrina Social de la Iglesia la expresión adecuada a la esperanza de sus vidas. Eso no lo hemos aceptado... Le hemos dicho a los polacos y a los checos que no necesitamos el aporte de su cultura, y en cambio los hemos obligado a entrar en nuestra cultura, en la cultura consumista de Occidente.
Hemos tenido 10 o 15 años de una política de “todos los egoísmos”. La Unión Europea era el lugar de un gran proyecto, proyecto para la paz en el Mediterráneo, la prosperidad y el diálogo ínter religioso y el diálogo con Rusia, para tener un área más grande que respirara con dos pulmones, el del este y el de Occidente. Pero en vez de eso hemos vivido el egoísmo de las naciones y de los grupos sociales. El parlamento Europeo se ha dedicado a condenar al Vaticano por temas como la imposibilidad de que las mujeres se ordenen como sacerdote o que los sacerdotes puedan o no casarse... Eso obsesionó a Europa, y cuando vino la crisis financiera, nos encontró totalmente desprevenidos y sin preparación. Esto ha causado mucho sufrimiento. Y entre otras consecuencias, el Mediterráneo se ha transformado en un “mar de guerra”.
-Como “contracara” de Europa, ¿qué apreciación hace del proceso que se ha vivido en Latinoamérica?
-En Latinoamérica ha sido diferente... Aquí el tema fue Puebla, es decir, el rechazo de una teología que toma al marxismo como herramienta de análisis principal pero, a su vez, la aceptación del otro lado de la teología de la liberación: una teología latinoamericana que llega al centro, que es Cristo, pero a través de la experiencia del hombre latinoamericano y de su cultura. La cultura del hombre latinoamericano sabe muy bien qué es ser hombre, qué es ser mujer, qué significa casarse, enamorarse, tener hijos, entregar la vida a la Virgen para que dé fruto, y también morir... Todo eso habla de la dignidad del pueblo latinoamericano y es un camino que hay que seguir con gran detención desde Puebla hasta Aparecida.
-En ese sentido se hace muy comprensible la figura del Papa Francisco, tan latinoamericano... ¿Qué piensa al respecto?
-Pienso que si Dios quiso tener un papa latinoamericano, quiere decir que la experiencia del pueblo latinoamericano tiene algo que decir a todo el mundo. De alguna manera se construye Latinoamérica como un modelo que hay que mirar, no para imitarlo de manera servil, sino para aprender y vivirlo de acuerdo a la condición propia de cada país. Hoy se plantea nuevamente la cuestión de una nueva evangelización en un mundo profundamente cambiado. En el mundo la Iglesia Católica ha aumentado en los últimos años si se la compara con el aumento de la población mundial. Los católicos no son menos, son más. Los europeos disminuyeron, los católicos dentro de los europeos han disminuido aún más. Por lo tanto, vivimos hoy una Iglesia que no es principalmente europea, sino que es mayoritariamente latinoamericana, africana, asiática y también es norteamericana. Y hay que observar que en Norteamérica el crecimiento de la Iglesia Católica va acompañado del cambio de la identidad de un pueblo que se va hoy forjando con la integración de los aportes hispano parlantes, de los latinoamericanos. Marco en el cual la Iglesia Católica tiene un papel integrador fundamental.
En este escenario mundial diferente, el problema de la evangelización se plantea de una manera también diferente.
-¿Algo más que agregar?
-Si, respecto al Papa Francisco. Hay personas que se encuentran con dificultades para entender al Papa, lo cual se comprende pues es un papa latinoamericano. Ratzinger aunque filosóficamente y teológicamente sea discípulo de San Buenaventura y de San Agustín, formalmente es tomista, es decir, intenta observar cada cosa desde distintas aristas y formular así un pensamiento teológicamente completo. El Papa Francisco es diferente... para entenderlo se debe comprender en primer lugar que es un pastor y no un teólogo. Y, por otro lado, se debe comprender que Francisco es un poco como San Agustín. San Agustín no da la verdad de forma total y abstracta sino que la da de forma particular y concreta. Cuando hablaba con los donatistas, les decía lo que debía decirle a los donatistas; y si se tomara al pie de la letra lo que dice, entonces podría hasta ser herético, por lo que hay que complementar aquello que le dice a los donatistas con aquello que le dice a los maniqueos y así se encuentra finalmente el equilibrio.
El Papa Francisco intenta decir la verdad de forma distinta, y al mismo tiempo habla desde los sentimientos: Si alguien dice algo malo acerca de tu madre, comentó una vez, tu querrás instintivamente golpearlo, y si no lo sientes así no eres un hombre verdadero... Debes tener el instinto y luego este instinto debe moderarse. Esto produce bulla, mientras concomitantemente debe enfrentar a una Europa que, ante a la matanza de los cristianos en Oriente, no tiene ninguna reacción emotiva, no le interesa…
-Robert Spaemann afirmó en una entrevista que el Papa Francisco es, en los hechos concretos, lo que Benedicto XVI es en la doctrina.
-Si, esto es más o menos así... Francisco es el Papa de Puebla, es decir el Papa de una teología de la liberación no marxista, enraizada en la experiencia histórica del pobre y del pueblo latinoamericano, que sirve como modelo para una Iglesia que debe hacerse carne en la historia de todos los pueblos de acuerdo con su historia particular.